En las orillas del Mar Rojo. Capítulo 9

No supe disimular mi entusiasmo por la inglesa. Anna me miró, siguió a la chica con los ojos, volvió a mí. Yo no sabía ni dónde meterme, le acababa de decir que no quería nada con nadie, y perseguí a aquella muchacha como si me fuera la vida en ello.

– ¿Te gustan las morenas?
– Supongo que sí.
– A mí también. Está buena. Yo creo que a ella le has gustado.
– No lo creo, ni se ha fijado en mí. Es sólo que nos escuchó hablar en inglés y se acercó.
– Ya, y por eso tenía una toalla en la tumbona, y llevaba un rato esperando a que la miraras.

¿Podría ser que ella se sintiera atraída por mí? ¿Sin maquillaje? ¿Con el pelo lleno de salitre? ¿Con esa coleta mal hecha? ¿Con la cara de resaca? No, Anna sólo quería animarme. Se había dado cuenta de que aquel: «me rompí yo misma el corazón», era una confesión que no estaba preparada para hacer. Tiró de mi mano y me llevó al bar de la playa. Me dejé arrastrar, la verdad es que tenía sed. Lo que no esperaba es que Anna se presentara a la inglesa y le pidiera permiso para que la acompañáramos. Ella sonrió, y nos invitó a sentarnos. Se llamaba Agnes, era de Londres, no había rastro de toalla, y le gustaba jugar a descubrir de dónde era nuestro acento.

– Tú eres polaca -Anna negó con la cabeza-. Pues rusa.
– ¡Sí!, se te da bien esto -afirmó en un claro tono de coqueteo-. ¿Has venido sola?
– Decidí darme unos días libres. Y tú…, debes ser escocesa.

Ante mi silencio, Anna decidió usar los tópicos, y le contestó que no usaba kilt. Agnes prosiguió con su ruta por Gran Bretaña.

– ¿Pero no ves que es como una bailarina de flamenco?
– ¿Eres española? -preguntó en castellano.

Resulta que ella también lo era, o lo fue hasta los diez años, cuando trasladaron a su padre a unas oficinas en Londres. Retomó el inglés al ver la cara de Anna, y se disculpó por su falta de educación, aduciendo que hacía años que no hablaba en español. Nos contó lo que le gustaba España, y que le daba miedo volver y que no todo fuera tan bonito como recordaba.

– Esos colores tan vivos, la gente tan amable, el sol siempre en el cielo. Londres es tan gris…, huele a moho. Allí sólo hay moho y setas. Cuando me jubile, me iré a vivir a la Costa del Sol. ¿De qué zona eres?
– De Madrid.
– Mi familia es de Toledo. ¿Sigue siendo una ciudad tan majestuosa?
– Nunca dejó de serlo.

Me sonrió, y sentí cómo la tierra se movía bajo mis pies. Hacía tanto tiempo que no veía algo tan hermoso, que no supe ni corresponderle. ¡Vaya mierda de actriz que soy!, si no se me da bien ni improvisar. Anna intentaba cubrirme, con una secuencia de frases en las que decía lo bien que le estaban sentando las vacaciones a mi lado. Por supuesto, le invitó a acompañarla a Little Buddha, otra discoteca. Agnes aceptó encantada, y Anna me incluyó en el lote. Lo que me faltaba, otra noche de alcohol y drogas, con lo que me costó dejar la coca. Javi logró que no se hiciera público, pero me pasé una buena temporada en un centro de rehabilitación en Houston. Aquello era una mansión inmensa, en la que me tenían todo el día haciendo ejercicio, escuchando charlas, y comiendo verduras. No dejé de meterme por eso, bueno, algo ayudó, claro, pero después de verme en todas las televisiones con la cara desencajada, dando golpes con el bolso a diestro y siniestro, no me quedó otra. Lo achacaron a una crisis de ansiedad, hijos de puta, eran ellos mismos los que me daban las dosis, «así podrás grabar por el día, acudir a programas nocturnos y salir toda la noche, sin parecer un zombie». Bueno, en realidad, fue culpa mía, hay cosas que no se superan, y, o aprendes a vivir con ellas, o te terminan consumiendo. Y yo me dejé arrastrar por el camino fácil, el de la evasión.
Pasamos el día juntas, charlando sobre miles de cosas. Anna utilizaba técnicas poco sutiles para sonsacarle a Agnes su estado civil, sus gustos, sus necesidades, pero no logró demasiado. Yo me sentía fuera de lugar y me dedicaba a contemplar aquellas aves que parecían inmóviles, y me resultaban realmente graciosas. Ese día tenía que llamar a Javier, pero mi móvil se quedó en la caja fuerte, y decidí que sería mejor utilizar la mañana siguiente en responder llamadas y correos. Demasiado tiempo desconectada del mundo tampoco debía ser nada sano.
Al caer el sol, que era sobre las seis (sí, los mejores momentos de playa eran a la hora de la siesta), nos fuimos a un bar que estaba en el edificio principal, allí nos tomamos unas cervezas, y planeamos la noche. Esa tarde había fútbol, no estoy muy puesta en esos temas, pero era de la liga inglesa. Agnes sí parecía emocionada por el enfrentamiento. La tele sonaba de fondo, y nosotras éramos las únicas que, junto al camarero, ocupaban la estancia. Anna no dejaba de hablar, pero algo provocó un silencio brusco en ella, como si le hubiera dado una embolia, sus ojos se abrieron como platos, su boca se cerró, y nos tuvo en vilo durante unos segundos, hasta que sus manos comenzaron a agitarse como las alas de un polluelo.

– Eres tú -gritó sin dejar de mirar ese punto que escapaba a mi vista.

Me giré, Agnes hizo lo mismo, y entonces vi que toda mi tapadera se había ido a la mierda. «La laguna de las sombras», una de las últimas películas que había rodado, fue nominada a los Oscar como mejor película de habla no inglesa. No sabía dónde meterme. Podían haber puesto sólo el titular, pero la cadena decidió mostrar fragmentos subtitulados de una entrevista que me realizaron cuando Almodábar pensó en mí para ese papel. Fue uno de mis grandes logros dentro de la industria, que un director como él se fijara en una actriz que hacía papeles de guapa e idiota en comedias españolas, era digno de celebración. Y tanto que la hubo. Aunque no es que recuerde demasiado de esa noche en la que Javi me llamó para decirme que era la elegida. La película trataba sobre los dilemas sexuales de una adolescente (sí, hacía de adolescente con casi treinta años), y las distintas parejas con las que disfrutaba y cómo cambiaba el comportamiento sexual del personaje. Puede ser un film del montón, pero realmente tenía una trasfondo que me fascinó, y supongo que al jurado también. «La laguna de las sombras» fue muy especial para mí, y, aunque me habían dado una copia antes de su estreno en cines, nunca pude sentarme a verla, no podía ver su piel, sus ojos, sus manos. La televisión sí pudo mostrar esas escenas, sólo unas pocas bastaron para dar paso a una de mis compañeras de reparto y el júbilo que sintió cuando conoció la noticia. Salía de una tienda, y unos reporteros se acercaron a ella, que, con su eterna sonrisa, confesó lo orgullosa que estaba porque el cine español fuera en crecimiento, y que hubiera dos películas suyas en la Gala. Estaba tan guapa, tan contenta, que no pude contener las lágrimas. Y en ese momento fui consciente de que Carmen me había olvidado.

About Remendada

No se me dan bien los idiomas, por eso escribo en clave. Estoy descubriendo Twitter, así es que si tienes algo que enseñarme, búscame http://twitter.com/#!/Sremendada
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4 Responses to En las orillas del Mar Rojo. Capítulo 9

  1. The hunger dice:

    Me esta encantando, ánimo y gracias!

  2. Madiie dice:

    ME ENCANTÓ…!!! 😀 soy una digna fan tuya 😉 jajaja

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