Carmen era sedosa, dulce, pero al mismo tiempo, mordaz. Aquel beso largo con el que me demostró su afectó se tornó en un millón de besos cortos, de acercamientos tales que tuve que ir reculando, hasta que me encontré entre la pared y ella. Mis manos querían aventurarse más allá de lo que mis ojos contemplaban, pero las suyas las detuvieron, sin dejar de darme esos besos que me volvían loca. Tan cerca de ella, tan mía, y, al mismo tiempo, tan inalcanzable. Me dejaba llevar por sus labios, que no sólo jugueteaban con mi boca, también trasteaban por un cuello que era más suyo que mío, pues perdí todo control de mis actos.
Una de las pocas veces que logré abrir los ojos, un relámpago iluminó la estancia, y tras él, un estruendoso trueno reverberó estremeciendo la habitación, y volviendo aún más loca la lengua de Carmen, que se agitaba al compás de la tormenta que nos acompañaba aquella noche.
Logré zafarme de esa prisión invisible, y sostener su cadera, que se movía entre mis manos. Mi primer impulso fu pegarla a mí, necesitaba hacer mío cada gesto, a ella. Sentía cómo sonreía mientras me enmudecía con sus labios. La agarré fuerte, tanto que sus besos frenaron. Pensé que me había excedido, pues ella comenzó a apartarse de mí. Sentí cómo un escalofrío me helaba por dentro, sentí miedo, terror por perderla. Ella, al ver mi cara, recobró la sonrisa, y se quitó, sin pensárselo un segundo, la camiseta. La tenía delante de mí, con un sujetador negro, mirándome, como si esperara a que yo hiciera lo propio, pero no fue esa mi reacción, y corrí a su lado, a acariciar esa piel que quedaba a la vista, a morder con mis labios su costado. Ella gemía, y yo me excitaba más ante su respiración. La quería tanto, que me daba miedo todo.
Me dirigió a la cama sosteniéndome por el borde del vaquero, y dejé que me sentara, ella lo hizo sobre mí y regresaron aquellos ósculos por mi cuello, unas caricias tan profundas que me quemaban. Logró que la deseara con algo más que el cuerpo, con toda mi esencia, con todo mi ser.
La ropa comenzó a volar sin destino por el cuarto. Sus movimientos, tan pausados y enérgicos hacían que sólo deseara más y más. Nunca había tenido una experiencia sexual tan intensa, nunca había ansiado hacer el amor con tanto ahínco, pero Carmen no era una persona cualquiera, era ese ser que fue durante meses algo virtual, y se había materializado en un cuerpo que era capaz de llevarme a un éxtasis jamás alcanzado.
Siempre busqué mujeres mayores que yo, creía en la experiencia, en el saber hacer de las manos que ya han recorrido kilómetros, pero era un error, porque aquella persona tan joven se esforzó como ninguna otra en hacerme sentir el placer más intenso, el orgasmo que nunca tuve, el desahogo de toda una vida.
Después de no sé cuántas horas, cayó rendida a mi lado. Aún mantenía la sonrisa. Sus caricias eran más suaves, sus besos más delicados, y noté cómo necesitaba un abrazo de protección, algo que le hiciera sentir que toda esa noche no había sido una más, que realmente la quería. Sólo deseaba que se sintiera bien, plena, y me acomodé de tal forma que ella pudo recostarse sobre mí, siendo envuelta por mis brazos y mis piernas. Parecía una niña perdida, y esa imagen me destrozaba. Me sentía impotente, sin saber muy bien cómo reconfortarla.
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En la entrada anterior me dijiste…»soy un poco desastre, y lo voy escribiendo en el acto…» reitero lo que te dije, eres muy buena en esto…!! 😀 Me encantó el cap. de hoy.
Muchas gracias, Flor. De verdad, me siento muy halagada por tus palabras. Y sí, dará para, al menos, un capítulo más, todo se verá.
Un abrazo.