No es una cita (Parte 3)

Y así fue cómo la noche envolvió sus labios y los míos, cómo pude materializar el abrazo de su cuerpo, ese que había soñado en la lejanía desde hacía tanto tiempo, que no lo recordaba.
Fumamos algún cigarro más. Ella se reía porque a mí me provocaba vergüenza esa situación, está claro que los años no vencen a los nervios.
Me invitó a compartir su cama. No era mejor que la mía, un fuerte dolor de costillas lo demostraba, pero me sentía cómoda teniéndola entre mis brazos. Notaba cómo Carmen no quería dejarse llevar por el sueño, pero se rindió a él. Me pasé las horas acariciando su espalda con la yema de mis dedos, besando su hombro derecho, arropando su cuerpo. Su respiración era suave, calmada, como ella. Aún recuerdo ese sonido y me estremezco.
Los primeros rayos del día no me pillaron de improvisto, aunque mi mirada solo estaba enfocada a su piel, tan delicada que temía romperla. Ella comenzó a desperezarse, y con una energía inusitada, se giró, y sus ojos me miraron de esa forma tan especial, como un niño que tiene ante él el caramelo para el que ha ahorrado toda su paga. Yo no podía más que sonreír, luchando contra el sueño, contra las secuelas de los muelles en mis huesos. Me daba igual todo, ella estaba allí conmigo.
Regresé a mi cuarto para ducharme, y quedamos en el comedor para desayunar juntas. La complicidad era tan evidente que me hacía sonrojar. Carmen me narraba las ideas que tenía para ese día, y a mí me encantaban, porque sabía que compartiría cada segundo a su lado.
Regresamos a las sucias calles romanas, que ese día parecían el camino de Oz. Atravesamos las callejuelas, cruzamos puentes, vimos castillos, mansiones, casas, El Vaticano, sus jardines. Poco se escapó de nuestro rumbo. Por supuesto, regresamos a la Fontana, y nos sentamos a contemplar cómo el agua estallaba al caer sobre la piedra. Tiramos la moneda de rigor, esa que, según dicen, te da un pasaporte especial para volver. Anduvimos todo el día. Mi pulso estaba acelerado, no sólo por los pocos roces que Carmen me brindaba, también por el cansancio. Ella quería volver al bar de ambiente, y yo quería complacerla en todo.
Nos sentamos en unos taburetes altos y blancos. Las chicas volvían a mirarla, pero esa vez, veía en sus ojos que sus besos eran para mí, aunque no me hubiera dado ninguno desde la noche anterior.
Quiso bailar, y yo obedecí a sus deseos. Era asombroso ver cómo movía las caderas, cómo se soltaba el pelo y disfrutaba de cada nota que los altavoces le regalaban. Yo permanecía a su lado, sin saber si mis piernas se movían. Me atrajo hacía ella con un suave agarre, y me pegó tanto, que noté cómo nuestras pieles se fundían. Su cuerpo reptaba por el mío, y a mí me costaba un mundo dominar las ganas de besarla, de acariciar todo su cuerpo, de desnudarla y sentir cada centímetro de ella. Pero, claro, ni era el lugar ni las formas.
Carmen me miraba y me sonreía, había algo en esa sonrisa, algo pícaro, juguetón, que ampliaba mis ganas de ella. Me propuso regresar al hotel, pero esta vez especificó que nos dirigíamos a su cuarto. Mis nervios iban a estallar, pero me repetía de nuevo, «esto no es una cita, esto no es una cita», y me obligaba a pensar en su edad, en la diferencia de años que nos separaban, pero a mis emociones les daba exactamente igual todo aquello, me gustaba, y no había peros que le sirvieran.
Entramos en su dormitorio, y yo me dirigí a la terraza, a fumar el cigarro de antes de dormir. Carmen fue al baño, y regresó a mi lado. Le tendí un cigarrillo, lo cogió, se acercó a mi oreja y me susurró un «gracias» que me heló la sangre. Ella notó enseguida que aquello me encantó, y no dejó de hablarme al oído mientras duró el humo que nuestros pulmones exhalaban. Mis manos sudaban, mi cuerpo temblaba, y sólo ansiaba besarla, pero cuando creía que podía, ella volvía a sus juegos, a hacerme sentir impotente. Me tenía inmovilizada ante sus vaivenes, ante su mirada pícara, ante sus risas. Aquella situación me gustaba, pero no podía más, las sujeté de la cintura y la puse frente a mí. Me miró sin saber muy bien qué estaba sucediendo.

– Carmen, te quiero.

Ella sonrió, y me devolvió aquel arrebato de sinceridad con un beso largo, en el que nuestras lenguas bailaron al son de una música muda, nuestras manos se aventuraron más allá de las caderas, y nuestros ojos dejaron de ver lo que nos rodeaba, porque sólo nos importaba ese momento, ese acto, nosotras.

About Remendada

No se me dan bien los idiomas, por eso escribo en clave. Estoy descubriendo Twitter, así es que si tienes algo que enseñarme, búscame http://twitter.com/#!/Sremendada
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4 Responses to No es una cita (Parte 3)

  1. Todo va demasiado bien, no sé, no me fío, que en cualquier momento la lías jajaja

  2. Hola como estas? Te leo hace meses, pero no había comentado antes. Estoy siempre pendiente de tus publicaciones, eres muy buena escribiendo; le das un toque de veracidad a todos tus relatos que me mantienen atrapada, esperando el siguiente. Este en particular me encanta y espero que lo continúes, pinta bien la historia hasta el momento, pero hasta cuando irá así??? Me mata la intriga y mi presentimiento de que todo puede tornarse complicado de un momento a otro, no es nada bueno.. :/

    Espero pronto la 4ta parte :D… Saludos desde el sur de Argentina..!

    • remendona dice:

      Hola, Flor.
      Ante todo, muchas gracias por leerme, y por tus halagos. Me alegra enormemente mantenerte intrigada, en eso consiste.
      No sé si la historia dará mucho más de sí, o se quedará en el capítulo de hoy, soy un poco desastre, y lo voy escribiendo en el acto…
      Muchas gracias por comentar, y espero seguir viéndote por aquí.
      Un abrazo.

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